Un año de microteatros

30/10/2017

 

En el anterior post de este Blog mencioné que se iba a cumplir un año de mi primera obra en Microteatre Barcelona, por lo que he decidido dedicar un post a semejante (macro)efeméride. Miro hacia atrás, hacia las cuatro obras que he estrenado hasta ahora, y en todas ellas encuentro recuerdos muy importantes y, sobretodo, únicos.

En cada obra (y por “obra” me refiero tanto a teatro como a cortos o películas) me planteo nuevos retos e intento ir un paso más allá con respecto a la anterior. Para mí es importantísimo no repetirse: no repetirse con el tono de la obra, con la propuesta escenográfica, con la estructura narrativa, con el tipo de personajes… “Repetirse es de cobardes”: creo firmemente que se puede ser fiel al estilo propio de uno mismo pero innovando en cada nuevo proyecto: ¿acaso no es eso lo que hacen nuestros autores más admirados (algún día os contaré los míos)? ¿Acaso no nos acabamos cansando de los que repiten una y otra vez la misma fórmula? Intento evitar a toda costa aquello de “ha perdido la frescura que tenían las primeras”, y en consecuencia apuesto por presentar menos propuestas de las que podría: siempre hay ideas asomando, pero solo quiero tirar adelante las que realmente me entusiasman. Como dijo Tony Grisoni (Miedo y Asco en las Vegas; The Young Pope) hace unos meses en su visita a Barcelona a causa del Serielizados Fest: El 99% de lo que escribe un guionista no llega a hacerse. Y si alguien llega a hacer el 99% de lo que escribe, sospechad.

 

Las ventajas del microteatro

¿Habéis entrado en la calle Bailén 194?

Antes de centrarme en cada una de las obras, quiero hablar de lo que ha supuesto el formato del microteatro para mí. Al fin y al cabo, no dejo de ser una persona mucho más de cine que de teatro, tanto en mi asiduidad en salas de cada uno, como en conocimiento e incluso en interés (para qué negarlo). Pero es que una de las ventajas del microteatro es que tiene un lenguaje más cercano al del cine que al del teatro: el hecho de que los actores estén a apenas un metro del público en un espacio reducido les permite tener un acting mucho más natural o realista -como el acting de cine-, sin tener que alzar la voz y “subir” como en una sala de teatro convencional. La proximidad con el actor es el atractivo por defecto de las salas de Microteatro.

Más allá de eso, a nivel  personal me tomo cada obra como si fuera un cortometraje que debe ocurrir en un solo espacio y con tan solo 2-3 protagonistas. Una de las partes que más he disfrutado desde siempre en la dirección audiovisual es la dirección de actores, y por supuesto en teatro ese aspecto se puede (y se debe) enfatizar mucho más. La dirección de actores lo es TODO: el hecho de que el equipo seas solo tú con tus intérpretes, sin depender de un equipo técnico y de una cantidad de material a alquilar, y sin tener que pensar en posiciones o movimientos de cámara, es bastante liberador y lo convierte todo en una masterclass del trabajo director-actor. No hay espacio para la estética fotográfica: aquí toda emoción viene dada por la historia y los personajes. Y esto me encanta.

 

Póker de obras

Así las cosas, ahora me pararé a hablar de las intenciones que tenía con cada una de las cuatro obras estrenadas hasta la fecha, y de los recuerdos que guardo de ellas. Como decía, he vivido cada una de ellas como algo único y diferente, y la confirmación de este pensamiento es que si me hicieran decidir cuál ha sido mi favorita hasta la fecha, dudaría entre las cuatro. Y, por suerte, entre el público también hay disparidad de opiniones, lo que significa que ha habido (y habrá, espero) obras para todos los gustos.

    1) El Judici Final fue mi primera experiencia en el mundo del teatro, y por ello me apoyé totalmente en mis dos protagonistas: ambos tenían mucha más experiencia que yo y podían irme contando las pequeñas diferencias que iban surgiendo en los ensayos con lo que se acostumbra a hacer en el audiovisual.

Carles Cruces y Claudia Trujillo son dos gigantes como actores y como personas que me ayudaron mucho a despegar. Venía de estrenar Trabucos y pistolas con Litus (me dejáis llamarle Litus, ¿no?) apenas unos meses antes y me había quedado con unas ganas locas de repetir con él, y con Claudia había coincidido en varios rodajes de compañeros de promoción, pero nunca la había dirigido. “El Judici Final” era una comedia pura y dura, que quería jugar con los silencios incómodos y las frases incómodas, y ambos captaron el tono al instante. De hecho, con ambos me encontré el último día de funciones con el mismo problema con que me encontraría más adelante con los  actores de las siguientes obras: unas ganas locas de volver a trabajar con ellos. La escenografía hizo el resto (las sala pequeña y negra era el sitio perfecto para recrear el estrecho y caótico búnker en el que se refugian los protagonistas) y así “El Judici Final” se convirtió en la obra más vista de noviembre de 2016 en Microteatre.

Las cosas como son: tú puedes escribir el guion más gracioso del mundo, que cuando encuentras a los actores idóneos te lo harán crecer como el soufflé más esponjoso de la mejor pastelería del mundo. Por eso la parte que más odio del teatro es que, al contrario que el cine, es finito: una vez terminan tus días de funciones se acaba la oportunidad de mostrar tu trabajo al mundo. Y eso, cuando te gusta el trabajo hecho, es una sensación de mierda. Pero la rueda no debía pararse, y al cabo de una semana estrenaba otra obra para celebrar que las Navidades se estaban acercando.

    2) El pacto y el regalo fue un experimento muy, pero que muy gratificante. Una semana después de terminar “El Judici Final” se estrenaba esta comedia “satánico-navideña” negrísima, que no dejaba títere con cabeza. La idea vino por un artículo que leí sobre un doctor australiano que había sacado un estudio en el que decía que Santa Claus era una mala influencia para los niños, pues promovía malos hábitos tales como la obesidad o el consumo de tabaco y alcohol. Todo el artículo era tan descabellado que pensé en cómo se cabrearía el propio Santa Claus si la leyera: el pobre hombre, seguramente una de las figuras más relacionadas con la felicidad infantil mundial pero a la vez condenado eternamente a que se le relacione con la Coca-Cola y el consumismo desenfrenado, leyendo la puñalada final contra su persona… una puñalada que lo atacaba tanto por su físico como por su modo de vida. Harto y sumido en el más profundo nihilismo, incapaz de entender el mundo en el que vivimos hoy, Santa Claus se persona en el infierno para proponer un pacto al Diablo y poder volver a ser el que era antes (malos hábitos incluidos).

Pero cuando hablaba de “experimento” me estaba refiriendo especialmente a las particularidades que tenía la obra a nivel actoral y escenográfico. Tenía cuatro actores para interpretar dos papeles: Xavier Nicaise y Oriol Rafel eran Santa Claus, y Edgar Moreno y Abilio Calvo eran Lucifer. No es que estos actores sean amigos míos: es que prácticamente son mi familia. No podían ponérmelo más fácil, así que decidimos complicar un poco la jugada por otro lado: Edgar y Oriol interpretaban la obra en catalán durante la 1ª y la 3ª semanas, y Abilio y Xavi hacían lo propio en castellano durante la 2ª y la 4ª. El resultado fue otra muestra de cómo el guion no lo es todo: consiguieron (conseguimos) hacer dos obras distintas con un mismo texto porque los propios personajes, pese a mantener los rasgos básicos necesarios que ya había sobre el papel, eran distintos de una versión a otra. Esto causó que un buen número de personas del público repitieran con ambas versiones (¡nos consta que hubo más de una y de dos personas que llegaron a venir hasta 4 veces!).

Respecto al reto escenográfico, esta vez recreábamos el infierno: luces cambiantes de tono cálidos que simulaban fuego y el sonido constante del crepitar de las llamas eran el marco perfecto para este encuentro de diablos (porque ya os aseguro que este Santa Claus era aún más mezquino que el mismísimo Diablo). Sin embargo, había más: cada vez que se mencionaba “al de allá arriba”, sonaban fuertes truenos y las luces se volvían azules y relampagueantes (herencia de haber hecho “Els Pastorets” con 10 años en la escuela, seguro). Este y otros pequeños efectos de sonido eran controlados por mí con un teclado Bluetooth vinculado al ordenador, que a su vez estaba vinculado a las luces. Una delicia, vamos.

En el camerino, antes de salir a escena…

    3) Amor en Vena vino cuatro meses más tarde, en abril. Ya hablé bastante de esta obra en el post anterior, pero no quiero dejar de reiterarme en el gran trabajo de Núria Montes, Alfons Nieto y Ricard Balada (que interpretó el papel de Pol en 7 de los 17 días de funciones): otros tres artistas de los que me declaro absolutamente fan (ya lo era cuando les llamé para proponerles la obra) y que no había tenido oportunidad de dirigir hasta entonces. Tras dos marcianadas como las anteriores, fue genial poder dirigir algo con un tono algo más sosegado: sin renunciar a la comedia, esta vez tocaba hablar de amor y de desamor, de promesas y rencores, de principios y de finales… Pero de forma retrospectiva: a nivel de estructura, esta vez se incluía un flashback a medio guion después de haber visto cómo los protagonistas terminaban su relación que nos transportaba al primer día de la misma, en el que esta pareja de vampiros se prometía amor eterno. Con “Amor en Vena” pasé de la comedia  ácida de las dos obras anteriores a una comedia más amarga: un aspecto que se enfatizaría aún más el mes siguiente en “La Llista”.

    4) La Llista se estrenó una semana después de terminar “Amor en Vena”: por primera vez hacía una obra sobre seres humanos dentro de un marco realista, después de haber pasado por el Apocalipsis, el Infierno y el vampirismo. También tenía como reto el ser la primera obra que hacía con tres actores en vez de dos: aún no sé muy bien qué química especial se creó entre Oriol Roig, Sergio Peinado y Estefi Garcia, pero sí que estoy bastante seguro de que nunca me he reído tanto durante las sesiones de ensayos como lo hice con ellos para esta obra. Y eso que me he reído mucho en muchas ocasiones.

Empecé a escribir el guion de “La Llista” antes del de “Amor en Vena”, pero lo dejé a mitad porque me estaba metiendo en un terreno algo oscuro que afectaba a mi estado de ánimo. Cuando me sentí preparado otra vez, volví a la carga y lo terminé: tras hablar de las relaciones de pareja en el proyecto vampírico, en éste tocaba hablar de la muerte (bueno, y de relaciones de pareja otra vez. Eso también). De las enfermedades que nos ponen fecha de caducidad sin que podamos hacer nada al respecto. “La Llista” no era más que todas aquellas cosas que el personaje de Oriol Roig quería hacer antes de que el cáncer se lo llevara… pero digamos que las cosas que el personaje de Oriol Roig quería hacer no eran las más correctas del mundo, y ahí es donde entraba la parte cómica del asunto.

“La Llista” es seguramente la obra que he escrito con más cambios de tono dentro de la estructura: quería conseguir esa sensación de pegar una bofetada al espectador cada vez que baja la guardia. Algo muy duro ocurre justo cuando te estás riendo, y justo cuando parecía que las cosas se ponían serias vuelve a hacerte reír: un conjunto que provoca una cierta incomodidad. La historia empezaba como las tropelías de dos ladronzuelos patosos, y el drama llegaba cuando uno anunciaba su enfermedad terminal. La comedia volvía cuando la propietaria del piso, ex del enfermo, llegaba a su casa y descubría que la estaban desplumando, pero los sentimientos encontrados hacían volver otra vez al drama. Vaudeville y tragedia dándose la mano contínuamente: queríamos sonrisas congeladas, y creo que el resultado fue el deseado.

 

Desde mayo no he estrenado ninguna nueva obra: pasé el verano ocupado entre decenas de análisis de guiones y la escritura de una nueva película, pero ahora toca mirar hacia adelante de nuevo. Más pronto que tarde os dejaré de hablar de “póker de obras” para empezar a hablar de repóker, así que estad atentos próximamente…

 Y para los que todavía no habéis descubierto el formato: hacedlo de una vez. Como decimos en catalán: “Al pot petit, hi ha la bona confitura“.

 

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