Un pedazo de vida en “Perdona, estava dormint”

11/04/2021

 

Hace unos meses anunciaba de forma bastante velada que había rodado un nuevo cortometraje. ¿La razón de no darle más bombo? Simple y llanamente: dosificarme. Si algo he aprendido con el tiempo, es que más vale empezar a hacer ruido cuando un proyecto está listo para su estreno y distribución y no antes, por mucha ansia de colgar fotos y contar cosas que uno tenga.

Así que hoy, cuando ya estamos listos para empezar a enviarlo a festivales deseando que de verano en adelante empecemos a recibir buenas noticias, os vengo a hablar de Perdona, estaba dormint, un corto muy especial (¿y cuál no lo es?) por muchas razones.

Junto a Guim Puig, mi alter ego en “Perdona estava dormint”

Hay dos que saltan rápidamente a la vista, así que pongámoslas por delante para sacárnoslas de encima: la primera, que es en catalán. La segunda, que es un drama. Ambos aspectos, rara avis en lo que ha venido siendo mi breve trayectoria fílmica hasta ahora (y recalco fílmica, ya que la gran mayoría de mis obras teatrales ya habían sido en catalán. En lo del drama sí que me estreno del todo), pero se justifican fácilmente: estamos ante un cortometraje autobiográfico. Concretamente, sobre la cuarentena que viví hace justamente un año junto a mi madre mientras mi padre pasaba 3 meses sedado e intubado en la UCI por culpa del coronavirus. De ahí el drama, claro. ¿Y el catalán? Es la lengua que hablo en casa con mi familia, y me di cuenta de que varias líneas de diálogo, extraídas directamente de la realidad, se me hacían más distantes al pasarlas al castellano: yo no las había escuchado, hablado ni vivido así, de modo que decidí reproducirlas exactamente como lo había hecho en casa.

Lo creáis o no teniendo en cuenta de lo que estoy hablando, quiero mantener mi privacidad y la de mi familia el máximo de… bueno, de privada. Aun así voy a daros cuatro datos que son necesarios para hablar de Perdona, estaba dormint: mi padre ingresó en el hospital el 14 de marzo de 2020, justo el día en el que se declaró el confinamiento. Salió el 24 de julio, tras 133 días ingresado: 3 meses de UCI y 1 y medio de recuperación en planta. Fue en algún momento a principios de julio, cuando ya estaba fuera de peligro en planta y sabíamos que la historia tendría un final feliz (y creedme: durante mucho tiempo, las esperanzas que teníamos día tras día, llamada tras llamada del hospital, eran más bien escasas), cuando a raíz de hablar con un amigo que también había sufrido el embiste del COVID-19 en su peor versión, me decidí  a hacer este cortometraje. Llamadle catarsis personal, llamadle desahogo, llamadle homenaje/regalo a mis padres, llamadle mensaje de optimismo a aquellos que siguen luchando contra el virus o contra cualquier enfermedad grave y duradera… La cuestión es que, como le conté a dicho amigo, por primera vez no “quería” hacer un corto: NECESITABA hacerlo. Sacármelo de encima. Así que lo escribí en julio y en septiembre estábamos rodando.

Como seguro que voy a dedicar muchas líneas, a.k.a muchos posts, a este proyecto, vamos a hacer que este primero se centre, más allá de la presentación ya hecha, en la fase de guion y preproducción. Creo que lo primero tiene más miga que lo segundo, aunque al no poder entrar en spoilers va a ser un poco complicado. Digamos que había dos retos principales en el momento de enfrentarse a esta historia: el primero, el ser capaz de reflejar el paso del tiempo (4 meses son 4 meses) en un cortometraje, que por definición debe durar poco. Parecen conceptos antagónicos: reflejar  un estancamiento de meses, de un caso que no avanzaba y se hacía eterno, en una película de corto minutaje. ¡Pero doy fe de que lo conseguimos!

El segundo reto tiene que ver con la estructura y las convenciones clásicas de cualquier guion: iba a tener unos protagonistas pasivos, que todo lo que pueden hacer es “esperar”. Dos personas cuyo objetivo, cuyo objeto de deseo (si entendemos como tal la recuperación del padre) no está en sus manos, así que no luchan por ello. Simplemente, reaccionan ante la situación y viven su día a día como pueden, intentando no preocuparse más el uno al otro e intentando mantener el optimismo. A posteriori, entendí que esto era realmente el núcleo de mi historia: la relación entre madre e hijo y cómo gestionan entre ellos la situación que están viviendo.

Con Gemma Brió en el set

Lo cierto es que fue un guion muy rápido de escribir. Agrupé unas cuantas escenas sacadas directamente de la realidad vivida a lo largo de esos meses, y simplemente me dediqué a ordenarlas para generar una estructura. Que, por mucho que reflejara una rutina, la información estuviera dosificada y  cada escena contara algo nuevo: que la dimensión del drama se fuera haciendo cada vez más grande.

Con el guion escrito contacté con Guim Puig, un actor por el que siempre he tenido debilidad y que es amigo desde antes de que 45 revoluciones y Las del hockey le pusieran en el punto de mira del ojo público. “¡Serás mi alter ego!”, le dije, y él se apuntó nada más leer el guion. Las cosas como son: nunca tuve un plan B para interpretar ese papel. Guim tiene una energía muy especial, muy positiva, y era estupendo para contrarrestar la dureza de la historia y transmitir ese optimismo que me interesaba. Era o Guim o Guim, y no me equivocaba: tenéis que verlo.

Fue el propio Guim el que me pasó el contacto de Gemma Brió, que había trabajado con él en Las del hockey. Una vez he visto trabajar a un actor o actriz, siempre soy más partidario de tomarme un café con ellxs para saber si hay feeling que de hacer cualquier tipo de cásting que tampoco me revelaría más que lo que ya he visto de su trabajo: vi que Gemma estaba en la misma página que yo y, a partir de aquí, cualquier elogio que pueda hacerle se queda corto. Gemma nos dejó a todo el equipo alucinado con lo rápido que se metía en escena con un papel que no era nada sencillo por toda la carga emocional y la contención que conllevaba. Aunque eso también podría decirlo de Guim: ambos tenían más de una escena con mucho texto y una montaña rusa de emociones a gestionar, y no puedo esperar a que veáis cómo lo bordan. De verdad, no existe “pero” alguno a su trabajo. Por mucho ensayo que hiciéramos (hicimos tres sesiones de ensayos previos al rodaje en las que las propuestas volaron y los personajes cobraron vida), siempre me sorprenderá la capacidad de un buen actor para pasar de la frialdad antes del “¡Acción!” a la intensidad de una escena.

Por lo demás, la mayor complicación de la preproducción vino dada por el contexto social que estábamos viviendo: varios miembros del equipo tuvieron que reemplazarse a lo largo del mes de agosto. Algunos, por dar positivo en covid; otros, porque les salían compromisos profesionales más urgentes en un momento donde el trabajo no es que abundara precisamente, así que no podían rechazarlos. Sin embargo, tanto los que tuvieron que dejarlo como los que se incorporaron poco antes del rodaje se volcaron de una forma que solo puedo calificar de generosísima hasta el mismo momento de dejarlo. Como me dijo una miembro del equipo técnico al terminar el rodaje: “hacía tiempo que no estaba en un rodaje en el que no hubiera ni un solo mal rollo en ningún momento”. Pero el rodaje, como decía, lo dejamos para otro post. 😉

No quiero acabar sin mencionar a mi prima, Sílvia: el piso en el que rodamos es el suyo. Por supuesto, ella había seguido toda nuestra odisea familiar durante la cuarentena, y fue ella misma quien me ofreció rodar en su casa. “Sílvia, no sabes lo que estás diciendo” le dije yo, teniendo muy presente la realidad de este meme:

Sin embargo, ella insistió y, spoiler, ¡el piso quedó milagrosamente inmaculado tras el rodaje! Cero desperfectos y, las cosas como son, no podía haber soñado con una localización mejor. Creo que la expresividad de cada plano sube exponencialmente gracias al set que tuvimos. Así que… Sí, otra razón para dar gracias a la familia que tengo.

En el próximo post… ¡el rodaje!

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