18/05/2018
Hace ya un tiempo que quería escribir cuatro palabrejas sobre un tema tan manido como los límites del humor. En unos tiempos en los que el Estado condena a la gente por escribir tuits o cantar canciones, y en los que las masas no se quedan atrás y ejercen de jueces sociales linchando con la misma fiereza cualquier cosa que no consideren “correcta” a través de sus redes, parece que el espacio para lo políticamente incorrecto es cada vez más pequeño… Incluso aunque se trate de humor. Hay un cierto “miedo” al humor, tanto para quien lo hace como para quien lo recibe (“¿Debería reírme de eso?”). Sí, han corrido ríos de tinta hablando sobre los límites del humor, pero creo que aun así me animaré a decir lo mío en el próximo post.
De momento, introducir eso es una entradilla que me sirve para dar pie a la obra que he estado dirigiendo las últimas semanas en Microteatre Barcelona: Necrofília i altres problemes sense importancia. Mi primera obra +16, con el humor más negro y verde (¿cuántos colores tiene el humor?) que he escrito hasta ahora para esta sala (que ya es decir), y con un título que generó debate en su día: pese a gustar bastante en general, fueron muchas las voces que me advirtieron de que tal vez la palabra “Necrofilia” ahuyentaba a una parte del público. Lo reconozco: dudé y reflexioné mucho, pero al final se impuso una lógica que creo que no debería abandonar: si alguien tiene que censurarme, al menos que ese alguien no sea yo mismo. Por suerte, el público de Microteatre no es precisamente gente de mente cerrada, y puedo decir con orgullo y satisfacción que Necrofília, hasta la fecha, ha funcionado muy bien tanto en taquilla como en crítica. Razón de más para no preocuparme tanto por los límites del humor en un futuro: minipunto para la esperanza. La gente aún quiere reír.
Y ahora, como ya es costumbre, un poco de historia sobre el proceso de creación de Necrofília:
Empecé a escribir este guion como no hay que hacerlo nunca: sin saber cómo terminaría. Simplemente, se me ocurrió una situación graciosa y un diálogo muy bizarro, pero en un contexto en que el tono no podía exagerarse demasiado, lo que creaba un contraste divertido entre continente y contenido: ocurría en un funeral. Escribí el diálogo de forma bastante automática y pasó algo que no pasa a menudo: realmente me reía mientras lo escribía. Normalmente puedo pensar que una situación es más o menos graciosa mientras la escribo, pero digamos que me río “por dentro”. Esta vez no: si alguien me hubiera visto la cara, me hubieran visto sonreír o incluso reír un poco al teclado. Sea como fuere, la extensión llegó hasta más o menos la mitad de lo que debe durar un microteatro… y ahí se quedó. No sabía cómo continuar, así que lo dejé reposar un tiempo hasta que supiera cómo seguir: tenía un diálogo muy gracioso y sabía que quería estrenarlo, pero el guion no iba más allá. No había tema, no había giros y no había tesis: solo un puñado de bromas (que a mí me hacían mucha gracia, sí… Pero solo bromas al fin y al cabo, y una historia no se sustenta solo por bromas, por muy comedia que sea) sobre la masturbación, la muerte y sobre erecciones involuntarias.
Finalmente, un día en el gimnasio me fijé en la puerta del lavabo de minusválidos que había y un pequeño diálogo absurdo y de humor tirando a negrote se formó en mi cabeza:
‒¿Para qué meten un lavabo de minusválidos en el gimnasio, si no pueden correr? ¿A qué vienen? ¿Solo a mear, o qué? ‒preguntó mi parte absurda, que en el guion correspondía a Albert, el personaje de Oriol Roig
‒Calla, idiota: aunque no puedan correr pueden hacer otros ejercicios. ‒contestó mi parte racional, que en el guion sería Jordi, el personaje de Isidre Montserrat.
Era exactamente el tipo de humor que había estado utilizando en el guion, así que al llegar a casa lo incluí y con cuatro simples réplicas encontré el puente que necesitaba para encauzar la segunda parte de la historia y, además, encontrar de qué diablos quería hablar en esa obra: dos hombres de mediana edad en plena crisis existencial (la crisis “de la mediana edad”), en el funeral de una vieja amiga, que creen que a la gente de su alrededor les va todo mejor y sienten que su vida no tiene rumbo. Se sienten desubicados; sienten que su vida es “como un lavabo de minusválidos en un gimnasio”. El giro ahora estaba claro: si hasta ahora habíamos hablado del rocambolesco trauma sexual de Albert, la segunda parte tenía que abordar el trauma sexual (e igualmente rocambolesco) de Jordi. Tras dos o tres meses guardado a medias en el disco duro, en una tarde estaba terminada la primera versión del guion, lista para revisar y reescribir en los días posteriores.
La verdad es que, tras ello, todo ha funcionado como si nada. El magnífico cartel diseñado e ilustrado por Anaïs Vidal, la escenografía sencillísima pero efectiva (que incluye un órgano tocando el Virolai y otras lindezas a lo largo de la obra; unas estampas que el público puede llevarse como recordatorio, como en los funerales reales; o una fotografía de nuestra querida Estefi Garcia como si fuera la difunta), los compañeros de ciclo que hemos tenido… Y, por supuesto, Isidre Montserrat y Oriol Roig, que no solo han bordado sus papeles (los amigos que vienen a ver la obra no paran de repetírmelo) sino que nos lo hemos pasado genial desde el primer día. En los primeros ensayos el objetivo era solo uno: que consiguieran hacer todo el texto sin reírse cada vez que se miraban. Y luego, una vez estrenados… ¡ha habido funciones en las que costaba que se aguantaran la risa de lo contagiosa que era la del público!
Así da gusto trabajar, y así da gusto hacer el punto y aparte veraniego para centrarse en nuevos proyectos de los que, si todo va bien, tendréis noticias pronto.
Hoy empezamos nuestro último fin de semana necrófilo: ¡deseadnos suerte!
PD: Vale, han sido un par de meses inactivos por este blog. No sé si justificables o no, pero las razones son buenas: por el camino se ha estrenado Necrofília en Microteatre con grandes resultados; he cursado el taller De la realidad a la ficción en la escuela de guion Showrunners BCN, he dirigido siete vídeos para Biovène Barcelona y he conseguido trabajo como Script Doctor para dos series de televisión… Así que en eso andamos. Que el ritmo no pare, ¿no?